lunes, 14 de marzo de 2016

OPINIÓN: La ignorancia voluntaria



Los azares del destino quisieron que me topase, en el nido de necedad y libre opinión sin fundamento que es Facebook, con un artículo que no sólo aunaba estás características, sino que le añadía la ignorancia voluntaria de la que hacemos uso habitualmente los españoles para con nuestra historia. En él, se describían 18 cosas que los españoles debemos agradecerle a Latinoamérica, entre las cuales podíamos encontrar las patatas, al guacamole, grandes escritores y directores de cine sudamericanos… pero sobre todo y lo principal que me ha llevado a escribir estas líneas son las disculpas por “todo lo que ocurrió en 1492” y “por todos los años de invasión y expolio injustificado que vinieron después”. 

Como no sé muy bien los motivos que le llevan a decir que tenemos que pedir disculpas porque unos confusos marineros castellanos desembarcaran en un trozo de tierra en medio del mar, creyendo que habían hallado, por fin, una ruta alternativa a la India, me centrare en lo del “expolio injustificado” y, ya de paso, en lo del genocidio indígena que tanto mencionaron algunos el pasado 12 de octubre.


Cuando la gente opina sobre sucesos históricos, generalmente comete el error de juzgar el pasado bajo el prisma de la mentalidad actual, formada por todos los derechos humanos conseguidos a lo largo del muy reciente siglo XX. Como se puede comprender fácilmente, esta mentalidad no regía el mundo en el momento del descubrimiento y, por tanto, lo justificado o injustificado,  lo justo o injusto, del uso y disfrute de un territorio, lo otorgaba, por ejemplo, la sucesión de la corona a un monarca extranjero, la conquista o, en este caso, el descubrimiento. Sí a esto le añadimos la aprobación de la cristiandad, encarnada en la figura del Papa, la licitación de tales actividades era total e inequívoca. 

“Expolio” que resultó beneficioso para todo el mundo menos para España. Mientras que las repúblicas italianas, Holanda, Francia o Gran Bretaña, aprovechaban las grandes cantidades de oro y plata que salían de la Península para fabricar los mimbres que, a la postre, permitirían el desarrollo del capitalismo y las revoluciones industriales del siglo XIX, España derrochaba dinero a espuertas en guerras de fe que no conducían a nada, la arcas de la Corona se vaciaban a cada instante y el pueblo llano se empobrecía por la galopante inflación y por todos los impuestos necesarios para que nuestros reyes mantuviesen su dominio en Europa. Situación de la que se beneficiaron las colonias españolas que recibieron una gran cantidad de capital humano a los largo de los siglos XVIII, XIX y XX que, sin duda ninguna, ayudaron a su desarrollo y a su prosperidad. Emigración que nos permite estar agradecidos por los García Márquez, Borges, Allende, Cortázar, Bolaño o Vargas Llosa o de que el español sea el segundo idioma más hablado del mundo. 

No soy tan necio como para negar que existieron abusos, está sobradamente probado, pero considerar estos hechos como genocidio es, en extremo, exagerado. Tenemos que recordar la figura de Antonio de Montesinos, fraile dominico, que defendió con vehemencia e insistencia la igualdad de los indígenas como hijos de dios, oponiéndose a la esclavitud y los trabajos forzados a los que se habían visto obligados. Gracias a su trabajo para la defensa de los indios, se promulgaron las leyes de Burgos o las Leyes Nuevas donde entre otras cosas, se les declaraba como hombres libres y se instaba a pagarles una justa remuneración por cualquier trabajo realizado, ya fuese en dinero o especie. No podemos olvidarnos tampoco de la figura de Bartolomé de las Casas, “Protector universal de todos los indios de las indias” durante el siglo XVI, que veló por que las leyes antes mencionadas se implantaran por todo el territorio descubierto en aquel momento. Me hubiera gustado saber que les hubiera pasado a algún alemán que se le ocurriese pedir esto para los judíos durante el famosísimo holocausto.

A la defensa de los “indios” realizada por los frailes desplazados a las Américas, se le une un hecho clave para entender que el tan mencionado genocidio no tuvo lugar, los escasos soldados con los que se contaba para realizar la conquista de nuevos territorios y la defensa de los que ya se tenían bajo dominio castellano en el siglo XVI. La prueba de esto las podemos encontrar en el hecho de que, por ejemplo, las conquistas realizadas por Hernán Cortés estuvieran apoyadas por poblaciones indígenas enemigas del Imperio Mexica gobernado por Moctezuma. Si los expedicionarios castellanos hubieran ido con la intención de realizar una “limpieza racial” hubieran tenido harto complicado conquistar territorios completamente desconocidos para ellos y, probablemente, hubiera sido derrotados por los habitantes del Yucatán que los superaban en número y en conocimiento del terreno. Porque, como espero que conozca la gente, las civilizaciones mesoamericanas no eran pequeñas tribus en las que sus habitantes vestían con taparrabos y se pasaban la vida bailando en torno a una hoguera, sino que eran sociedades avanzadas con sus propias idiosincrasias y cuyas construcciones maravillaron a los primeros colonos. 

Algo observable para cualquiera que sitúe su mirada hacia algún país latinoamericano -en algunos más que en otros- es el claro mestizaje que ha tenido lugar y sí, alguien sigue obcecado en el maldito genocidio, sólo tiene que comparar las poblaciones de Ecuador, Perú o Bolivia con los habitantes de Estados Unidos o Australia. Un mestizaje que sin duda ha permitido que las antiguas colonias españolas disfruten de una riqueza cultural inigualable a cualquier otra colonia de cualquier otro antiguo imperio, y les ha evitado pasarse el día comiendo hamburguesas, perritos calientes, bebiendo refrescos y tirando cohetes el 4 de julio. Démosle gracias al mestizaje por permitirnos disfrutar del cebiche, el guacamole o el charquicán, elaboraciones gastronómicas provenientes de las culturas prehispánicas.

Puede que, tal vez, y sólo tal vez, si comprendiésemos que no todo se reduce a eslóganes y a simplezas; si entendiésemos que todo tiene múltiples aristas, múltiples interpretaciones; si mostrásemos un mínimo de interés en querer estudiarlas y comprobarlas; Iberoamérica no sería el foco de corruptelas que es, el periodismo patrio sería un servicio publico y no un simple negocio, no habría espacio para demagogias ni radicalismos, y puede que, tal vez, y sólo tal vez, los anglosajones no nos barrieran de la pista una y otra vez.